Nos alcanzó el “que tanto es tantito”, el “a la viva México”, el “al ahí se va”, el “peor es nada”, el “tú éntrale y ya después vemos”, el “pero me entendiste, ¿no?” y todas nuestras frases posibles para no hacer cabalmente algo. Nos jactamos de nuestros remiendos, de nuestros aparentes ahorros, del ingenio del mexicano que con un cablecito, una corcholata o cualquier artilugio que iba para la basura mantiene encendida la luz, tapa una gotera o echa a andar un aparato. “Es que somos bien chingones”, “¡Viva México, cabrones!”.
España, para no ir más lejos, cerró escuelas y centros de trabajo. Desde el 14 de marzo inició el estado de alarma y todos obligatoriamente a quedarse en casa: todos confinados. Al que se sorprendía andando por la calle sin justificación alguna, y era muy fácil verlo, le caía una multa de mínimo 600 euros. Los trabajadores entraron en un programa implementado por el gobierno para no ser despedidos y recibir casi todo su salario. Surgió el teletrabajo y los aplausos a los médicos cada tarde. Había gente que no podía dejar de ir a trabajar presencialmente, para ellos se mantuvo, e incluso se duplico, el transporte a las horas pico. La sanidad pública mostró su fortaleza y se mantuvo en pie.
En el confinamiento, en el verdadero confinamiento, se sufrió. Un buen porcentaje de familias lo hizo en apartamentos de menos de 60 metros cuadrados y todos los niños no pisaron la calle sino después de 49 días, cuando el gobierno permitió que salieran en fases horarias.
Luego de más dos meses bajaron los contagiados y los muertos y empezó el desconfinamiento.
En México no es posible hacer un confinamiento obligatorio. Los invito a imaginarse a la policía mexicana actuando frente al incumplido. Lo siento, no hace falta imaginarnos nada después de lo de Jalisco. No existe la infraestructura para obligar, y al mismo tiempo poder ayudar, a la gente a quedarse en su casa. Nos alcanzó el sistema, no solo el político, sino también nuestro sistema personal, el que justifica nuestro terminar a medias o mal hechas las cosas por los siglos de los siglos.
La curva bajó en España porque se pudo mantener a toda la gente en su casa sin importar si creía o no en el coronavirus. En España se pudo asistir económicamente a los que no podían ir a trabajar. En España pudo ser la atención médica la prioridad del gobierno. En México… ah, en México… aplaudo sinceramente a los mexicanos que pese a todos los inconvenientes han hecho la cuarentena y me uno a su sufrimiento y esfuerzo de seguir haciéndola en las semanas que faltan, porque, mientras la gente transite en las calles y en los supermercados como si nada pasara, seguirá en México la epidemia del Covid-19. Y me compadezco sinceramente de los que no la han hecho por el aluvión de desaciertos que nos han llevado a ser ignorantes y además jactarnos de ello. Pero es que “como México no hay dos”.
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