martes, 14 de febrero de 2012

GIRO 10 EL QUE NO VIVE PARA SERVIR ¿NO SIRVE PARA VIVIR?





Ante el postulado cristiano que versa “el que no vive para servir no sirve para vivir”, que se refiere a la disposición del hombre para ayudar al prójimo, me surge, inevitablemente, una pregunta: ¿yo vivo para servir? A esta primera pregunta le sigue otra, que lejos de ser apelativa es catártica y me pone de golpe una gota fría en la nuca: ¿yo sirvo de algo? Sobre este último cuestionamiento vale la pena preguntarse ¿quien establece si alguien sirve o no? ¿El cura?, ¿el obispo?, ¿el pastor?, ¿el anciano? ¿la Iglesia?... Si la frase surge del cristianismo podemos argüir de inmediato que la medida de todas nuestras acciones, desde las que corresponden al servicio por antonomasia hasta las consideradas terriblemente ociosas, como escuchar música, bailar, patinar, reunirse con los amigos, pasar el sábado en el campo mirando las nubes (esto, en mis tiempos) o chatear, navegar por Internet, etc. tienen como eje el amor y, por lo tanto –siendo más profundos– se sustentan en Cristo.
La segunda parte de la frase, la contundente, la que pretende mover al lector: “no sirve para vivir” cobra su efecto en el cambio semántico del verbo servir. De la acepción del servicio (‘obsequiar a alguien o hacer algo en su favor, beneficio o utilidad’) se pasa a la de la utilidad (‘provecho, conveniencia, interés o fruto que se saca de algo’). Ante este juego de palabras, interpretado de la manera que sea, uno no puede hacer otra cosa que sentir un miedo terrible, porque si no servimos (si no ayudamos o si no somos útiles) al prójimo, a nosotros mismos como individuos, al vecino, al que lo pida, y, aquí el espanto, a los ojos del hermano, del amigo, de la madre, del padre, del jefe o de la Iglesia, entonces, ¿debemos dejar de vivir? Las prostitutas, los indigentes, los lisiados, los enfermos, los viejitos, los niños de la calle, los pobres, los borrachitos ¿sirven? 
Casi todos, a lo largo de nuestra vida, hemos sabido qué significa ayudar a los demás y ser ayudado. Y claro que a veces ante una indiferencia de alguien a nuestras necesidades hemos pensado que ese quien nos negó la ayuda no merece lo que tiene.
El amor, que no el enamoramiento, sin embargo, no mata ni desea el mal, esto también lo sabemos casi todos, aunque no seamos cristianos, y el amor predicado por Cristo nunca pretenderá la discriminación del que vive sin poder cargar un peso que otro sí puede. Es decir, sirve para vivir todo aquél que tenga vida, y Dios no le ha puesto ninguna condición para hacerlo.
¿Quién nos podría decir qué hombre sirve para vivir y qué hombre no sirve? Es atroz pensar que alguien limitado se convierta en nuestro juez. Pensarlo pone en riesgo mi seguridad y aumenta, al grado de fuego fulminante, el sentimiento de culpa por haber vivido sin permiso por no servir / ser útil, y me hace sentirme amenazado de caer en las garras del verdugo del servicio. La frase en cuestión, en pocas palabras, es un peso innecesario para los buenos hijos de Dios –seguramente ha llegado a nosotros movida por la inercia de la Inquisición. ¡Qué miedo!
¿Qué quiere Dios de nosotros? ¿Cuál es el fin del hombre en este mundo? ¿Para qué vivir?
Jesús resucitó, por lo tanto, tal como estuvo entre sus discípulos y de la misma forma sigue presente entre nosotros. ¡Imagínate! podemos platicar con él y pedirle un milagro; él nos ha de ayudar y de amar como siempre, en otras palabras, en una realidad aristotélica, Jesús existe, Jesús es y está y lo único que pide es que nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado (Jn 15, 9-17). Por otro lado, somos hijos de Dios, por lo tanto, potencialmente somos mucho. Entonces, si Jesús está vivo y somos hijos de Dios, ¿qué estamos haciendo aquí, nosotros, consentidos del universo?, ¿qué nos debe preocupar?
Una respuesta repetida es que tenemos como fin el ser felices, pero ¿por qué buscamos ser felices cuando, como humanidad creada por Dios, tenemos todo para serlo? El fin del hombre no es la felicidad; la felicidad, por el contrario, es un principio. La búsqueda de la felicidad es una búsqueda necia y es la que ha puesto los extremos entre la ayuda cotidiana, eficaz, trascendente y sin aspavientos y el egoísmo justificado con filosofías rebuscadas aparentemente inteligentes, pero que por el simple hecho de defender lo que no se da, no pueden nunca llegar a trascender ni a procurar el bien de nadie.
Los hijos de Dios tienen como único fin amar a su familia que se conforma por la humanidad y por su Creador en la relación eterna que los emparenta que es la vida. El fin del hombre, pues, es vivir amorosamente en su familia divina.
Claro que todos podemos ejercer libremente nuestro don de amar. La libertad implica necesariamente la plenitud. La libertad es saber que podemos alejarnos por nuestros propios medios de la pena, la tristeza, la amargura, la soledad, la injuria o el odio para luego poder poner en acto la potencia que Dios ha depositado en nosotros. El amor es la dirección postal de nuestra casa divina y la libertad es el vehículo para llegar a ella. En la medida que practicamos el amor y la libertad nos confirmamos hijos de Dios. Por eso, Dios no quiere sacrificios ni pesos extras en esta nuestra vida. No quiere que tengas la obligación de servir, incluso no se impone él mismo como una obligación. El ser de Dios y estar con Dios es como estar sentado en el sofá, en medio de la tranquilidad de la casa y con las cuentas pagadas. Sabiéndonos así, no hay más que amar a nuestra dichosa familia, y en consecuencia, la ayuda o el servicio no es esa Ayuda o ese Servicio que se pretenden escribir con mayúsculas por las instituciones manipuladoras, sino un acto reflejo aprendido de nuestros progenitores (o de quien haya visto por nosotros), incluso en algunas personas perfeccionado hasta poder dar la vida por el otro. Casi todos ayudamos, pero no siempre a los ojos de todos los demás, y mucho menos a los ojos de los curas a los que les preocupa principalmente que les demos nuestro dinero. Lo que nos toca a los que sabemos amar no es, sin duda, inventar frases terribles para manipular a los inocentes, sino hacer ver que la vida no debe arruinarse con las obsesiones de los defensores de su fe (llámense cristianos –católicos, ortodoxos o protestantes–, musulmanes, ateos, literatos, artistoides, hinchas y un largo, etc. de forofos) que hasta guerras hacen para decir que ellos llevan la razón y que son capaces de matar por creer que alguien no sirve para vivir.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Giro 9 GRACIAS


Las mujeres y los hombres bellos, indiscutiblemente bellos, terriblemente bellos son por naturaleza malos; pero el dolor que siente una persona normal (ni bella, ni indiscutible, ni terrible) a causa de tal maldad, se diluye en el agradecimiento de haber tenido algo que ver con semejante belleza humana.


viernes, 3 de febrero de 2012