martes, 26 de mayo de 2020

GIRO 32 EL ANUNCIO DE JESÚS




Una constante de la vida de Jesús es la oposición a lo que se tiene como socialmente valioso. Juan el Bautista, quien le preparaba el camino, era un andrajoso que vestía con pieles de animales. Su vestimenta hacía notar que su mensaje no cuadraba con lo socialmente aceptado y establecido, sino que tenía como centro algo muy distinto.
        Jesús y sus discípulos constantemente escandalizaban a la gente, y no se diga a los sacerdotes, con su comportamiento, tan suyo, tan desatento al reconocimiento social.

      El enemigo a vencer es lo que se conoce como la posición. La posición conlleva renombre, posesión, abolengo, conocimiento, etc. La posición es, obviamente, una diferenciación, mejor dicho una búsqueda de diferenciación; aún más, una búsqueda consciente de la diferenciación. Esa es la trampa.

       Jesús era rabí, maestro, para sus discípulos, pero nada le impidió acercarse y convivir con los despreciados, hacerse uno más entre la multitud, incluso llegar a ser el más humillado. Jesús estaba muy lejos de pretender alcanzar una posición dentro de la estructura social. Obviamente, su insistencia en la semejanza, en la cercanía con sus discípulos, en la idea del prójimo, en la hermandad… lo hizo diferente, pero con el objetivo de contagiarnos de la libertad humana de poder ser amigos de todos.

        El enemigo, o la trampa, es decir, la posición, o sea, la búsqueda consciente de la diferenciación social, nos impide brindarle la mano a quien lo necesita y peor aún, al que podemos ayudar sin mucho esfuerzo. Recuerdo el día en el que mi coche, a causa de la lluvia, patinó, se subió a una banqueta y chocó contra un árbol. La rueda estaba trabada y yo aturdido. Pero, una persona (no la del coche que venía detrás de mí, por cierto) bajó de su camioneta, se echó al suelo y destrabó la rueda con la fuerza de sus manos. El volante volvió a funcionar y yo pude regresar a casa. Aquella persona se mojó, se ensució y perdió su tiempo en su afán de ayudar a un desconocido. Qué gran tipo, y qué gran enseñanza me dejó.

             ¿Qué nos impide dar este tipo de ayuda?

         En estos días, se suele ver a los sacerdotes católicos dando consejos como una manera de cumplir su función sacerdotal en el confinamiento, pero he observado que todos ellos hablan desde su posición, con su alza cuello, con sus blancos o dorados vestidos, desde la diferenciación social de ser los elegidos, los pastores (acaso líderes) del rebaño. Desde esa posición socialmente venerada, o por lo menos así les gustaría, sus palabras me suenan huecas. Y me pregunto si alguna de esas voces impostadas me hubiera ayudado aquel día bajo la lluvia. A mí me gustaría conocer sacerdotes que se arriesgaran a no parecer sacerdotes, que no tengan miedo de que no los veneren. Qué lujo sería descubrir que ese vecino, sin ninguna traba para ayudar a los amigos, es además un sacerdote. 
           El anuncio que se haga de Jesús debe dejar en claro que no cuadra con la posición social, sino que tiene como centro algo muy distinto que no es de este mundo.