sábado, 29 de mayo de 2010

Giro 1 ¿Y LOS SABIOS?

La imaginación nos hace inconformes,
la memoria nos vuelve nostálgicos,
la experiencia nos deja frustrados y la razón,
cuando usamos a fondo la razón,
nos revela ridículos.
Óscar de la Borbolla



Saber que se sabe nos conduce a la sabiduría. Saber que no se sabe nos muestra la ignorancia, pero también la sabiduría. Lo terrible es creer que se sabe y no saber nada.
Esto último es algo catastrófico (quien así procede podría ser definido con una palabra malsonante ad hoc). Sin embargo, dos o tres, de cuatro, andan con el escudo de petulancia sapiencial defendiéndose de los ataques que la realidad asesta a sus enclenques argumentos. Hacen que saben aunque no saben nada y cuando los descubren se defienden cual gatos boca arriba (mil disculpas a los gatos) hasta cansar a los que no entienden y demostrarles a los que saben, porque hay quien sí sabe, que son necios (ne scire: 'no saber') .
¿No sería mejor entregarnos por vocación a la duda, a ese vaivén entre lo que se sabe y lo que puede saberse, entre lo que se conoce y lo que se desconoce?
Basten dos preguntas para lanzarnos a la reflexión: ¿sabes todo? y ¿de lo que sabes, lo sabes todo?
Si alguno responde afirmativamente habrá que darle un voto de confianza, hasta que demuestre lo contrario, claro. Si alguno declara que sabe algo de algo, propongo para él un voto de confianza sin sometimientos.
En esta reflexión del saber cabe, por supuesto, lo que cada uno, desde su perspectiva, concluye. Así, por ejemplo, en un poema Benedetti define la libertad como sinónimo de muerte y la patria como sinónimo de tumba. ¿Le podemos negar este saber a “Un hombre preso que mira a su hijo al pasar”? Creo que no; pero en todo caso debemos entender que una conclusión individual, por muy avalada que esté por el contexto, no es una conclusión de todos.
Del creer que se sabe y no saber, sumado a la imposición a otros de lo que se piensa individualmente, insisto, imposición y no invitación, no se puede concluir más que el terror. Imaginar que vivimos entre los que imponen, se defienden, se matan desde su sinrazón no puede traernos a nuestro espíritu más que el espanto. Vivir entre la insistencia del “así debe ser” de los pequeños fiulercitos, pinochetitos, satalinitos, franquitos, hugitos, fidelitos o de los, para decirlo de manera simple, guardianes del orden incomprensible, no nos deja otro camino más que el de la defensa de la duda y el anhelo de la tolerancia.
Pero aterricemos en el contexto que nos concede el conocimiento con base en algunas conclusiones propias, que no intento sean para todos: la escuela en donde nos formamos y nos informamos.
En la escuela, digo en cualquier escuela, comprender es un oficio triste* . Comprender que la calificación, por demás subjetiva, se vuelve el aval para hablar de la inteligencia; comprender que lo espiritual e intelectual, se abordan como partes de una obra a representar; comprender que la escuela es el camerino donde los actores hacen antesala a la representación magistral del bienaventurado estudiante, místico intachable, joven poderoso y triunfante. Comprender, en fin, es triste y poner palabras a las ideas, riesgoso.
Asumir un ideal que no tenga que ver con le representación convierte a los diferentes en el blanco de los disparos "¿quién te crees tú para venir a perturbar nuestro azar mercantilista?" dicen los mexicanos insostenibles (es fácil imponerse, pero sostenerse es de unos cuantos). No viven, estos azarosos, en la integridad de una sola persona. El hombre integral, el hombre, dista mucho de la dicotomía, escritorio-calle, perdón-patada, oración-perversión. Desde el grito contundente y fantoche que surge de la falta de argumentos, hasta la memorización de los postulados aristotélicos se intenta conseguir la imposición del error, la ganancia del más gritón.
El problema es que no existen argumentos sensatos basados en la reflexión.
Si es necesario el pensamiento crítico, es necesario el crítico que lo aliente, sin embargo, a los primeros embates a lo establecido en las mentes de los que tienen a su cargo la responsabilidad crítica, la "razón" se vuelve una palabra sin contenido, manipulada y petulante, un escudo infalible de lo que debe ser. Así, ante el callejón sin salida, al que el ciego crítico ha llevado a los pequeños ciegos, no queda más que la imposición. Pero, en fin, "bendita la ceguera" dice el tuerto de estudios desde sus pretensiones de poder.
Parece que el azar y la confusión son elementos más poderosos (no para el desarrollo, por cierto) que el saber honesto en el que se reconocen las limitantes.
Si se considera que la escuela, esa gran casa autosuficiente, es un pequeño Estado, podemos decir que estamos frente a un sistema completamente anárquico, sin columnas arquitectónicas que permitan la construcción hacia arriba. Ante este sistema que lleva a la inevitable destrucción son necesarios, para vivir juntos, determinados principios humanos, más o menos compartidos, que establezcan una lógica elemental entre lo que se busca y lo que se encuentra.
Ciertamente no basta con nombrar las causas de un problema para que éste se resuelva; no basta con decir que la neurosis institucional encuentra su fuente en las injusticias para que diminuyan. Necesitamos que los culpables sean por lo menos evidenciados, que la rectitud dé prueba de su autoridad. Pero ¿de qué autoridad estamos hablando? ¿De aquella que castiga, juzga y descalifica? o ¿de aquella que enseña, educa, transmite un saber? Lastimosamente la descendencia sólo ha dado enanos a partir de padres gigantes.
El peligro ante los hechos es grave: los estudiantes buscan un déspota. No alguien que administre en la justa medida los recursos y las capacidades, sino alguien que acabe con el anarquismo, un extremo que elimine al otro, puesto que la determinación del déspota inspira más seguridad que la "libertad" destructora de los estudiantes.
El problema, como se ve, es uno sólo: el desinterés por el pensamiento, el no atreverse a poner en riesgo la estructura de la conformación científica del estudiante, y por tanto el no adentrarse, con plena conciencia de sí mismo, en la cotidianidad con base en la reflexión.
Hemos dicho que andamos con nuestro escudo impositivo de la nuestras carencias intelectuales y, me arriesgo, los estudiantes no piensan o no quieren, no comprenden o no quieren comprender, no se plantean cuestiones, sólo parecen querer respuestas y la espera de todos sigue oscilando entre los deseos irrazonables y la desilusión completa. Se ha pasado de la Historia grande a las historias, luego a las anécdotas; se está hoy en plenas fábulas, se ha pasado del sustantivo al adjetivo.
La imposición de lo que se cree saber, la dictadura, no es sólo Stalin a la cabeza de un país; son en cada aldea, en cada familia, en cada escuela, en cada módulo, en cada cubículo, muchos pequeños "stálines". Andar con la bandera de la sapiencia, del yo sí sé y tú no es olvidar la línea que separa la realidad de la ficción, entre lo real y lo inventado entre lo que no se sabe pero se inventa. Reflexionemos sobre el saber y la mentira, sobre la imposición y la tolerancia ¿sabes todo? y ¿de lo que sabes, lo sabes todo? Ésta es la cuestión.

Octavio Cano Silva


*Las frases en cursivas corresponden a citas textuales del libro de Ikram Antaki Manual del ciudadano contemporáneo.